• Manuel Tanoira es uno de esos gallegos que un día decidieron partir, por los motivos que fuese, y que ahora han vuelto a su tierra trayendo de vuelta todo el conocimiento adquirido. Para ello ha contado con el apoyo del programa al retorno emprendedor promovido por la Xunta de Galicia
27
Oct
2020
Con su mujer, Carolina Castillo

La de Manuel Tanoira es una historia moderna con tintes de aquella Galicia añeja, con sabor a campo y a verde y que se pinta en la memoria en blanco y negro. Un relato que entremezcla nuestra tierra con América, cómo no, de ida y de vuelta, y que resulta, por lo menos, muy curioso.

Porque la vida de Manuel, arquitecto, apenas 38 años, une lugares tan dispares como Vilagarcía, Valencia, Colombia o Cuntis. Universos que pueden resultar muy diferentes, pero que cobran sentido en el devenir de la novela.

Vayamos por partes.

“Soy de Vilagarcía y me fui a estudiar fuera, a Valencia. Al terminar decidí viajar”, trata de resumir Manuel mientras que sube y baja por el hilo conductor punteando detalles del pasado. Allí, en la capital del Turia, aparece su novia, hoy su mujer, Carolina Castillo, colombiana.

“Nos fuimos a Bogotá, donde ella tenía a su familia. Me quería ir allí porque era un lugar de oportunidades; un buen sitio para empezar, para ir, para aprender, para que el salto cultural fuera más enriquecedor”, continúa Manuel aglutinando pinceladas.  

Fueron “6 años muy felices”. Los que van del 12 al 18. Un período de aprendizaje: los estudios, los primeros trabajos, lo que uno quiere de su vida. Y en ese querer o no querer surge la pregunta ineludible para cualquier emigrado, por muy bien que le vayan las cosas allá afuera: dónde continuar el resto del camino.

“En ese momento decidimos que queríamos volver; a Europa, a España y a Galicia”. Porque la tierra tira, sí. Esa morriña universal que todo lo comprende. “Pero también porque entendíamos que aquí disponíamos de ciertas oportunidades. Soy arquitecto y nos dedicamos a la rehabilitación y sostenibilidad, y entendíamos que Galicia es un lugar muy apropiado”, expone convencido.

“Recuperar todo ese patrimonio y devolverlo a la vida”

Motivos y argumentos no le faltan: la historia; la riqueza patrimonial de nuestra tierra; los problemas de envejecimiento; las posibilidades del rural. “Todo esto va en paralelo a una arquitectura vernácula por rehabilitar”, razona. Una conjunción de factores que hacían de este un “momento interesante para una propuesta como esta”; para “intentar recuperar todo ese patrimonio y devolverlo a la vida”.

Y así, casi sin quererlo, o tal vez deseándolo muchísimo, nace Brota Arquitectura; una propuesta que aúna la rehabilitación, la sostenibilidad y el bienestar, y a la que no dudó en sumarse Carolina, psicóloga de profesión, conocedora de los deseos de confort del ser humano, vinculados éstos, cómo si no, al hogar, a la edificación, a esa arquitectura sostenible.  

Brota Arquitectura aúna la rehabilitación, la sostenibilidad y el bienestar.

“Buscamos restablecer estructuras arquitectónicas para conseguir que los usuarios se sientan cómodos e identificados”, resume Manuel. Un proyecto para el que ha contado con el apoyo del programa de retorno emprendedor que cada año promueve el gobierno gallego, precisamente para eso, para facilitar la vuelta a casa de todos aquellos que un día tuvieron que partir, ofreciendo importantes apoyos económicos para la implantación de nuevos negocios.

Más calidad de vida

“En su momento fuimos a su hogar y ahora estamos en el mío”, prosigue Manuel, tirando de recuerdos y de vida. También en la época del Covid. Un tiempo de pandemia que no ha hecho sino reforzar que “aquella intuición que teníamos no estaba tan desencaminada”. “La gente busca ahora entornos más accesibles, contar con su oficina en el rural…”, razona, tratando de “aportar desde la arquitectura una propuesta de valor” para que el usuario se sienta “cómodo e identificado”.

Lo cuenta desde Galicia, a caballo entre Cuntis, donde vive en la casa familiar rehabilitada -cómo no-, y Villagarcía, donde trabaja. La tierra donde nació y de la que ahora disfruta, con Carolina, de eso que hemos dado en llamar ‘calidad de vida’. Más tiempo para uno y para los suyos; más seguridad; más cercanía. O lo que viene a ser el principio y el fin de todo: más Galicia.   

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