• Camila Jiménez nació en Buenos Aires hace 25 años; hoy descubre Galicia, la tierra de sus abuelos, gracias a una beca BEME
  • Sus abuelos partieron desde Vigo a Buenos Aires en 1952: se conocieron en el viaje y se casaron nada más desembarcar
07
Apr
2020
Pasaporte del abuelo de Camila datado en 1952

La de Camila es una de esas historias que se anudan de tal manera a ambos lados del Atlántico, que uno corre el riesgo de acabar perdiendo el hilo. Vayamos por partes. Digamos que todo comienza en 1952, en una de aquellas grandes remesas de gallegos que embarcaban con una mezcla de dolor y de esperanza: el dolor de quien deja atrás su tierra, quien sabe si para siempre; y la esperanza del que confía en que lo mejor está todavía por llegar.  

Con ese extraño sentimiento subieron a aquel buque, en Vigo, dos jóvenes gallegos. Benito González Quiroga, 29 años, natural de Punxín, un delicioso pueblecito del rural orensano, ubicado en pleno corazón de O Carballiño; y Carmen Costa Nieto, 17 años, que emprendía su aventura familiar desde Santiago de Compostela. No se conocían todavía. Pero tres meses de trayecto entre Vigo y Buenos Aires, en uno de aquellos trasatlánticos atestados de pequeños camarotes, dan para mucho. Para tanto, que se casaron nada más desembarcar. 

 

Luego vendrían cuatro hijos –Marisa, Ricardo, Fernando y Gustavo- y una historia por vivir en Buenos Aires. En 1993, Marisa se casaría con Jorge, amigo de uno de sus hermanos, y tendrían otros tres hijos: Camila, Manuel y Lautaro. La familia crecía y crecía al tiempo que Benito y Carmen se alejaban de las opciones del retorno.       

“Lamentablemente, mis abuelos nunca volvieron a Galicia”, recuerda ahora Camila, casi 60 años después de aquella odisea familiar; una de tantas y tantas emprendidas en esos años por gallegos anónimos, capaces de desafiar a su propio destino para salir adelante.  

En el caso de Benito, por ejemplo, eran 10 hermanos, y todos se fueron a Argentina. Uno detrás de otro. “Por algo somos la quinta provincia gallega”, subraya Camila, orgullosa de su historia y del relato vital de su familia, que ahora la ha conducido a ella, casi sin querer, por esos intangibles del destino, al origen de todo. A ese Ourense rural y familiar.  

 

Galicia y las BEME

“Es algo medio loco”, describe cargada de alegría. “Estoy viviendo a 15 minutos de la casa familiar de mi abuelo en Punxín. No puedo imaginarme la ilusión enorme que les haría a mis abuelos saber que estoy aquí”, continúa Camila, con la felicidad de quien ha logrado encajar todas las piezas del puzle.  

Algo que ha conseguido gracias a las becas BEME –Bolsas Excelencia Mocidade Exterior, en gallego-, una iniciativa de la Xunta de Galicia que cada año trae de vuelta a la comunidad a cientos de jóvenes del exterior, nietos o hijos de aquellos que un día tuvieron que partir, para que puedan cursar aquí sus estudios universitarios de postgrado o de Formación Profesional.     

Camila Jiménez en Galicia
Camila Jiménez en Galicia
Camila Jiménez en Galicia

Camila ha optado por un master en Nutrición en la Universidad de Vigo, que se desarrolla entre el campus de la propia ciudad olívica y el de Ourense, donde reside. Una oportunidad que la ha traído a Galicia por primera vez, si bien ella misma se autodefine como “gallega de comer pulpo los domingos y ver la gaita de mi abuelo en su departamento”. “Me crié en una casa de comida, gestos y palabras gallegos”, resalta

Una Galicia que no ha defraudado sus expectativas. “Me ha capturado de tal manera que mi idea es quedarme”, reconoce sin ambages, con la certeza de quien vive en el lugar que siempre ha deseado: el Ourense de sus abuelos.  

 

La visita de sus padres: el primer contacto con sus orígenes 

Lugar e historia que han descubierto también sus padres. “Ninguno de los dos había venido nunca. Me visitaron en febrero. Si yo estoy emocionada, imagínate a mi madre. La primera vez que estaba en contacto con sus orígenes. El pueblo y la casa de la infancia de su padre... Y mi papá también es nieto de gallegos, sus abuelos eran de Lugo”, continúa Camila convencida, así lo repite una y otra vez, y no le falta razón, de que “todo esto es algo medio loco”.  

Pero también algo que debe disfrutar. Esa Galicia de la que tanto escuchó hablar, con la que creció y maduró, pero que nunca había visitado. Una Galicia de la que todo te sorprende: las grandes ciudades, el rural, la cercanía, la tranquilidad... “La impagable seguridad de saber que no te va a pasar nada”.  

Todas esas cosas, y muchas otras, son las que hacen que Camila lo tenga claro. Al final, la tierra, aunque uno no la hubiese descubierto hasta cumplir los 25, tira. Y mucho. “Me encanta A Coruña, y Vigo con su universidad, su gran hospital... Pontevedra es hermosa. Pero es que Galicia tiene de todo: las playas, la naturaleza, la sierra del Xurés, la Ribeira Sacra...”, relata del tirón.  

Y lo hace convencida de que Galicia es tan apasionante que ya imagina todo lo que le queda. Las Islas Cíes, por ejemplo. O ir a la playa en verano. Ya llegará. Por ahora, aún confinada, continúa disfrutando la tierra de sus orígenes.

Camila con sus padres en la casa de la infancia de su abuelo Benito, en Punxín (Ourense).
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