• Antía Torrado nació en Catoira, paso previo hacia Ourense. La vida, luego, la iba a llevar hasta Taiwan pero acabó en Buenos Aires, donde conoció al que hoy es su marido, David. Hoy viven en Galicia, donde ella cursa un máster gracias a una beca BEME del gobierno autonómico
03
Nov
2020

¿Conocen aquello del efecto mariposa? El aleteo de una de esas criaturas puede provocar un tsunami al otro lado del mundo, aunque, por supuesto, no lo sepamos. ¿O aquel célebre discurso de Steve Jobs en la Universidad de Stanford? “No puedes conectar los puntos hacia adelante, sólo puedes hacerlo hacia atrás. Así que tienes que confiar en que los puntos se conectarán alguna vez en el futuro”.

Algo así valdría para resumir la historia de Antía Torrado. Porque un terremoto en Taiwan puede derivar en que una gallega de Catoira se case en Buenos Aires con un argentino, previo camino de vuelta a nuestra tierra. Los puntos, eso sí, sólo cobran sentido hacia atrás, desde la perspectiva que da el futuro del pasado. Steve Jobs, cómo no, tenía razón.  

“Nací en Catoira, pero cuando era chiquita nos mudamos a Ourense. Aquí estudié turismo, y en tercero de carrera (2015) me fui de erasmus a Alemania. Cuando estaba allí, solicité una beca del Banco Santander para otro año más en el extranjero. La idea era irme a Taiwan, pero hubo un terremoto y se cayó la opción. Las alternativas eran Argentina o Bolivia”, resume Antía desde el presente, con los puntos ya unidos hace tiempo.  

Al final, escogió Argentina, a donde se trasladó en 2016 con esa beca del Santander para cursar allí su tesis sobre el ‘Desarrollo turístico de los poblados mapuches’. Una patria hermana, donde los españoles son ‘gallegos’, y donde las percepciones, becada y estudiante, son muy distintas a las que vivirá más tarde, ya casada. Y todo comenzó con aquel terremoto grado 6 que zarandeó Taiwan en mitad de una noche de invierno.

Misiones le cambió la vida

Pero no adelantemos acontecimientos. Seguimos en la Universidad de Kilmer, Buenos Aires, donde Antía comparte habitación con una amiga colombiana. Un día cualquiera de un mes cualquiera, como hacen los universitarios, toman un café mientras que proyectan planes de futuro. Del inmediato. Cosas que hacer en esa época. Por ejemplo, conocer Misiones: el misterio de aquella selva húmeda y salvaje, las cataratas del Iguazú… Y mientras que la imaginación hace su trabajo y se dispara, alguien se gira: “Yo soy de Misiones. Puedo haceros de guía”. Es David, hoy su marido. ¿Recuerdan aquello de unir los puntos?

“Conocí a mi pareja, volví a España, presenté la tesis, y me volví para Argentina”, resume Antía con exquisita sencillez avanzando de un plumazo sobre los siguientes meses de su vida. Una Argentina muy distinta a la que vivió como estudiante; la Argentina real, no la de la nube de una beca.

La de levantarse a las 5 de la mañana para poder llegar a trabajar tras dos horas como una “sardinita” en el autobús. La de ir con un spray pimienta y un cuchillo en el bolso. La de las manifestaciones que cortan la calle. La de los ladrones que se abalanzan sobre el bus, bajan la ventana y te roban el teléfono dejándote, literalmente, con la palabra en la boca. La de un cierto toque de racismo: “A mí me cobraban 100 pesos por un kilo de bananas, y en la misma frutería, a David le pedían 30”.

Pero la vida, a veces, es eso: superar las pruebas y los retos, avanzar hacia el futuro, que es hoy y que es mañana. No rendirse… Y contar siempre con un comodín, por si acaso. “Lo hablamos antes de salir. OK, nos vamos, pero si no me adapto, me vuelvo”, detalla Andía, mientras que explica que, a fin de cuentas, lo lógico era probar en Argentina. “Él trabajaba en la Prefectura, que es como la Guardia Civil aquí. Tenía un trabajo estable, funcionario”. Y esa estabilidad arrimó el ascua hacia Argentina.

Mientras tanto, Antía comienza a trabajar en un hotel de una cadena española en Buenos Aires. Pero el choque de realidad se acentúa: “No es solo la seguridad, sino la devaluación monetaria y de capacidad económica. Los aumentos salariales que pensabas que ibas a tener, no los tienes. La devaluación es muy alta. Un mes cobras 300 dólares, al otro 250…. Empiezas a perder el control de tu vida a nivel económico y social”.

La beca BEME y la vuelta a casa

Un escenario que se agrava en 2019, año en el que Antía ya había pedido una BEME, una de esas becas que el Gobierno gallego promueve para facilitar la vuelta a casa de los hijos y los nietos de la diáspora. “Entonces se complicó porque me faltaba documentación, así que esperamos al 2020”, detalla.

Ese año de margen, no obstante, resultó providencial. Ya saben, otra vez hay que unir lo puntos hacia atrás. “Gracias a eso pudimos vender el coche, la moto, trabajar en la homologación de títulos de David. Al final, llegamos en septiembre de este año y ya pudo matricularse en FP y comenzar sus estudios aquí”, prosigue Antía su relato.

Y aún hay más. Una boda exprés en octubre del 19 para poder adelantar los trámites de inscripción del matrimonio en el consulado. “Nos casamos en el único registro civil disponible que había en nuestro barrio. Si mi madre me ve se muere…”, recuerda con humor Antía.

Lo hace desde Ourense, donde cursa un MBA en gestión empresarial del deporte. Un máster al que llegó cargada de razones: “Contacté a través de Linkedin con gente que lo estaba cursando y me dio muy buen feedback”. Y, además, a principios de año observó cómo una revista americana de la Universidad de Ohio lo situaba entre los mejores másteres del mundo en gestión empresarial y del deporte. Ya no había dudas.

Antía mira hacia atrás con los puntos enlazados, al menos hasta ahora. Ha desterrado aquella maravillosa “súper morriña” de Argentina o del Erasmus en Alemania, en donde vivía en un edificio en el que todos eran hindúes menos ella y otro gallego, con el que se coordinaba para recibir una caja de comida cada mes. “Me despertaba y decía, ‘qué ganas tengo de comerme una empanada de zamburiñas’”.  

Ya no. Igual que también ha puesto fin a aquella “otra realidad”. La de no poder salir sola sin riesgos; la de tener ir al banco entre susurros; la de tener preocupaciones más propias de las ciencias económicas que del vivir. “A David siempre le digo: aquí, si vas por la calle y le preguntas a cualquiera a cuánto cotiza el dólar o qué es la inflación, la mayoría no tiene ni idea”. Al menos por ahora. Y que dure.

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