- Belén Rosbier fue una de las primeras beneficiarias de las Bolsas Excelencia Mocidade Exterior – BEME, y ahora dirige la asociación de Jóvenes Emigrantes en Galicia, esa tierra, su tierra, la tierra de su abuela, con la que la vida la fue “reconectando” aun sin saberlo
Un pequeño recuerdo ilumina la mente de Belén. Es como un grabado en miniatura oculto en un rinconcito de su historia, allá atrás, lejos pero cerca al mismo tiempo. Ella suma apenas doce años. En la estancia, su abuela, unos familiares de visita y un regalo: un libro de fotos y un disco de música. Vestigios de otra tierra que la mujer rechaza haciendo del obsequio otro regalo, a su nieta, a Belén, y que esconde un gesto y un mensaje: el dolor que aún sentía por Galicia.
“Es algo que les pasó a muchos gallegos emigrados”, identifica, ya en presente, Belén Rosbier, gallega de Buenos Aires o argentina de Santiago.
“De niña, la primera vez que vi Santiago me quedé extrañamente fascinada, y pensé: iré para un Xacobeo, iré a ver el Pórtico de la Gloria. En aquella época era la crisis argentina, y casi nos venimos a vivir aquí. Mi abuela, Lourdes, me dijo: vos no sabéis lo difícil que es emigrar a otro país”, prosigue Belén con su relato, resumiendo, en un golpe de pedal de menos de cuatro líneas, la terrible humanidad de la diáspora.
Ese ir y venir que cruza décadas en un viaje que recoge, al fondo, en diminuto, el azul oscuro del Atlántico, cargado de melancolía en cada ola, en cada bocanada de espuma, en cada metro cúbico de sal y agua. Un conjunto de sensaciones que pueden resumirse en la ‘morriña’, algo más fácil de narrar que de vivir. Porque la vida produce esas rupturas indeseadas con la tierra, en las que el único remedio es el olvido.
O así lo interpretó Lourdes, que primeo dejó atrás Meixonfrío, una de esas parroquias de Santiago que hacen honor a su nombre, en la que los días amanecen siempre con escarcha; y más tarde A Coruña, desde donde partió hacia Argentina con sus padres. Allí, en Buenos Aires, se casó con Alfonso, y tuvieron dos hijos Ana y Daniel.
Esta, en resumen, es la línea familiar directa hacia Belén, que une Compostela con la Reina de la Plata en un viaje con más idas que vueltas al principio. “Ella retornó tres veces, pero ya de grande. Se fue en 1947 y volvió en los 90. Poco a poco pierde el vínculo con la comunidad gallega de Buenos Aires”, expone Belén, explicando esa necesidad de olvidar por no sufrir la lejanía de la tierra.
“Todo lo que me había rodeado”
Pero Galicia, aún sin quererlo, se lleva siempre en el corazón, en el alma, en un lugar muy nuestro y tan humano que se transmite sin buscarlo, como los genes. “Cuando murieron, volví a Galicia, y descubrí, estando aquí, que esta tierra era todo lo que me había rodeado”. Así de simple, así de intenso.
Ese descubrimiento consolida en Belén una sensación de pertenencia, algo “mágico” que la va reconduciendo hacia Galicia. “En 2014 tenía un viaje por Europa y decido venir a conocer a la familia gallega”. Durante esos meses, ya con la idea de hacer un máster rondando su cabeza, una chica de Brasil le habla de los campos de trabajo que el gobierno gallego organiza cada año para los jóvenes de la diáspora.
“En la delegación de Buenos Aires me proponen venir de coordinadora”. Los puntos continúan uniéndose. Ahí conoce a una chica uruguaya de la que se hace muy amiga. Más tarde, en marzo de 2017, la convocan para la entrega de las ‘Compostelas’ a los chicos que habían hecho el Camino de Santiago con otro de los programas de la Xunta. Un acto durante el que el secretario de Emigración, Antonio Rodríguez Miranda, habla de una iniciativa nueva: las becas BEME (acrónimo, en gallego, de las Bolsas Excelencia Mocidade Exterior), un programa que cada impulsa el gobierno de la región para que los jóvenes de la diáspora cursen en Galicia sus estudios de post grado.
“Todo se va reconectando con Galicia”. Más puntos unidos. “A la semana tenía que ir a ver a esa amiga a Uruguay, y le llevé el folleto de las BEME en mano, en plan ‘nos vamos’. Y mi abuela, que estaba internada desde hacía 6 meses, fallece por esa misma época”. Ya no hay dudas. Los puntos han terminado de unirse. “Fue todo como una conexión mística, muy mágica”.
Al final, casi sin quererlo, “Galicia se entromete y aparece siempre de repente en mi vida”. Una obsesión a la que Belén se ha acostumbrado y que busca acercar a los demás.
Hoy, desde Santiago -esa ciudad que es como “un cuentito” y cuyo casco histórico es “el más bonito que he visto en mi vida”-, aquella estudiante de máster, aquella chica que fue una de las primeras beneficiarias de las BEME, dirige la asociación de Jóvenes Emigrantes en Galicia, creada por becarios de estas Bolsas Excelencia Mocidade Exterior con el objetivo de crear lazos que favorezcan la integración social en Galicia de los chicos retornados.
“No hay que romantizar la emigración”, reconoce Belén, conocedora de que de Argentina también se puede tener ‘morriña’. Echa de menos la familia, los amigos, “pequeñas tonterías” como la comida o las golosinas… Pero aquí, en esa Galicia que siempre sale a su encuentro incluso sin buscarla, proyecta su vida a largo plazo. Una tierra que ya era suya antes de saberlo, oculta en el dolor oculto de su abuela.