• "Si quieres ganar, necesitas a un profesional"
  • Manuel Germade es maestro titulado y reconocido por la Asociación Japonesa de Bonsái y la Asociación Japonesa de Shohin Bonsái; el único español
  • Tras 5 años en Japón, hoy enseña al mundo entero su talento desde su Beluso natal
13
Mar
2020

La primera vez que Manuel Germade vio un bonsái fue en un centro comercial. Paseaba con su tía y sumaba apenas 5 años. Tal vez 6. Eso, la edad, no lo recuerda exactamente. Es lo de menos. El resto sí, porque aquel diminuto amasijo de ramas y hojas se quedó para siempre en su memoria, en uno de esos espacios casi eternos que sólo la muerte puede obviar.

"Me gustó tanto que al final conseguí que me lo compraran", relata. Aunque no duró mucho. Pero el pequeño Manuel solucionó la decepción desde el ingenio. Lejos de deprimirse, salió al jardín familiar, cogió la rama de un ciruelo, y la plantó en el tiesto. El ciruelo, paradojas de la vida, no sólo aguantó más que aquel bonsái, sino que arraigó también en la mente infantil de ese pequeño, que empezó a vislumbrar todo lo que la naturaleza esconde.

Hoy, más de 30 años después, Manuel recuerda aquella anécdota con esa mezcla tan gallega de cariño y nostalgia. Algo parecido a la morriña.

Y lo hace desde la misma finca familiar asentada en la parroquia de Beluso, un pedacito de Bueu bañado por la ría en todas partes.

Pero como en cualquier otro relato, han sucedido muchas cosas desde entonces. Hoy Manuel es maestro titulado y reconocido por la Asociación Japonesa de Bonsái y la Asociación Japonesa de Shohin Bonsái, -una categoría de bonsái de 25 centímetros-. Esto, así, puede no decir mucho y, sin embargo, lo dice todo. Es el único maestro español; y en el conjunto nacional sólo hay otro en Madrid y es polaco. Galicia Calidade, ya saben.

¿Y cómo se hace uno "maestro de bonsáis"? Con la misma disciplina que Japón demanda a cualquiera de sus mitos.

Los samuráis fundamentan su leyenda en un código que se resume en diez principios: lealtad, autosacrificio, justicia, sentido de la vergüenza, modales refinados, pureza, modestia, frugalidad, espíritu marcial, honor y afecto.

Los luchadores de sumo comienzan su carrera a los 15 años, conviviendo en los denominados "establos" bajo un régimen entre militar y monacal: se levantan al amanecer realizando en ayunas el primer entrenamiento; ingieren 8.000 calorías diarias; y algunos duermen con máscaras de oxígeno.

El "régimen" de Japón 

Manuel, salvando las distancias, vivió algo parecido cuando, con 29 años, decidió irse a vivir a Japón para obtener el título de maestro. Ciudad de Shizuoka, al sur de Tokio. Familia Urushibata: Nobuchi, el padre; Taiga, el hijo. Profesionales del bonsái. Fueron cinco años de contrastes de un país "muy moderno pero muy tradicional", añorando la tierra a cada instante.

A las siete y media estaba limpiando los baños y la cocina y calentando el agua para los desayunos; a las 8, sacando malas hierbas del jardín; de 9 a 12, con las tareas propias del cuidado de un bonsái; luego, hasta la una, tiempo para comer, "aunque si comías en 15 minutos, mejor que en 30"; y de una a siete de la tarde, más aprendizaje. Después de cenar muchas veces volvía para acabar trabajo pendiente: "Durante el día tenía que ayudar a mi maestro con tareas de construcción y mantenimiento, así que por la noche hacía horas extra para recuperar el tiempo perdido".

¿Y las vacaciones? En Japón no se celebra la Navidad, es un país de budistas y sintoístas. "Al principio, con Nobuchi (el padre) de maestro, cogía quince días en diciembre y una semana en verano. Pero Taiga (el hijo) era más estricto, y apenas tenía una semana suelta en todo el año".

Cosas de un país donde la costumbre impera. Taiga es el menor de tres hermanos: el mayor no quiso continuar la tradición familiar de los bonsáis; la segunda es mujer y rara vez se le ofrece la oportunidad; así que le tocó a Taiga por obligación. Esa misma obligación que transforma en amargura muchas veces.

"Era muy estricto. Me decía que tenía que considerarme un afortunado y que no podía perder el tiempo".

El talento gallego

Y a buena fe que no lo perdió. Hoy Manuel vive de aquel sueño infantil, disfrutando en cada árbol, en cada rama, en cada tronco, mientras encallece las manos entre espesos hilos de cobre que le permiten dar forma a sus criaturas. Injertos que crean vida y mezclan especies; acodos que permiten separar árboles; una colección de más de 2.000 bonsáis de todo precio, tipo y condición.

Y lo hace desde su "recuncho", desde ese Beluso en el que creció y en el que se hizo hombre antes de irse a Japón y de volver; algo para lo que contó, también, con el Programa de apoyo al retorno emprendedor promovido por el Gobierno gallego.

Ahora Manuel enseña al mundo entero su talento, comenzando por su tierra, donde ha montado una escuela en Bueu.

Holanda, Italia, Alemania, cursos y talleres en los que descubre el alma de un bonsái, o en los que enseña los secretos para imponerse en el Circuito Europeo de Exhibiciones. "Si quieres ganar, necesitas a un profesional", argumenta.

Él lo es. Probablemente el mejor.

De niño tuvo un sueño y, ya de adulto, sigue en él, "aunque al ser trabajo no es igual de divertido".

Clientes, alumnos, proveedores... siempre hay alguien dispuesto a interrumpir. Tarde o temprano, no obstante, Manuel vuelve a su sueño, a aquel bonsái infantil que hoy se ha transformado en multitud. Un maestro gallego, desde Galicia para el mundo.  

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