• Juan Carlos Pesquera Lorenzo nació en Caracas en 1994 y hoy vive en nuestra tierra, a donde llegó gracias a una beca BEME que le abrió las puertas de una vida mejor; un destino que, en cierta medida, ya intuía gracias al relato de su abuela
19
Apr
2022
Camino de Santiago, Semana Santa 2021.

Esta, como todas las historias de la emigración gallega, empareja dos mundos tan diferentes como iguales, dos tierras que se miran al espejo ofreciendo una imagen de lo que fueron, lo que son, lo que tal vez vuelvan a ser. Recuerdos en blanco y negro que crecen hasta hoy, desde un pasado no muy lejano hasta una Galicia plena de color, moderna y acogedora, a la que retornan muchos de aquellos que algún día hubieron de partir.

Es el caso de Juan Carlos Pesquera Lorenzo, natural de Caracas, Venezuela, a punto de cumplir los 28 y ya con una vida y dos continentes que llenan la mochila de un relato que comienza, como tantos, en nuestra tierra. En Paredes de Arriba, un pequeño pueblo del rural de Lugo, verde, húmedo y gallego, muy gallego, como Consuelo, la abuela paterna de Juan Carlos, que nació en aquella España de 1925, que caminaba, sin saberlo, hacia el desastre, y que emigró con 30 años y se casó con Antolín, su marido, natural de Asturias, tierra también de ir y venir, de huir de aquel país devastado por la guerra y por el hambre para acabar en Venezuela.

El nudo, como en todas las historias de diáspora, se aprieta en cada suceso cargado de sentido y de nostalgia, de una pareja que se conoce en la inauguración del centro asturiano de Caracas, “porque una de las hermanas de mi abuela estaba emparejada con un asturiano”, resume Juan Carlos. Más emigración, más tierra por vivir.  

Consuelo y Antolín tienen un hijo, Juan Carlos, padre del Juan Carlos protagonista del relato, que se casa con Maribel Lorenzo, a quien conoce, cómo no, en el centro asturiano. Otro nudo que se aprieta, otra vuelta de tuerca del destino, siempre caprichoso, más en aquellas historias que resumen el ir y venir de una familia de emigrantes a quien la guerra, como a tantas, les cambió la vida para siempre.  

Hoy Juan Carlos va relatando la novela golpe a golpe, párrafo a párrafo agitado de recuerdos, de todas aquellas vivencias que lo han traído desde lo que fue a lo que es sin renunciar a su esencia, a ser gallego en Venezuela o venezolano en Galicia, que a fin de cuentas es lo mismo.

Aquí, en Vigo, ha cursado el Máster MBA en Gestión Empresarial del deporte de la Universidad Vigo, en el Campus da Auga, en Ourense. Una aventura que emprendió gracias a una beca BEME, acrónimo en gallego de Bolsas Excelencia Mocidade Exterior, que cada año ofrece la Xunta de Galicia para facilitar la vuelta a casa de los hijos y nietos de gallegos que un día tuvieron que partir. 

Consuelo (su abuela), días antes de partir a Venezuela desde Barcelona (1955).
Acto de entrega de certificados BEME 2020/2021. Ciudad de la Cultura, 2021.
Consuelo y Juan Carlos, en la residencia en Caracas, Venezuela (2019).

Juan Carlos llegó a ellas durante la pandemia: “El secretario xeral da Emigración (Antonio Rodríguez Miranda) dio una charla explicando a los jóvenes de allá la convocatoria”. La opción estaba ahí, y el confinamiento resultó el momento adecuado para “juntar papeles y requisitos”, paso previo a ser seleccionado. Una suerte que también favoreció a su hermano Luis Pesquera, que obtuvo otra BEME emprendiendo juntos el camino del retorno.

Galicia, por primera vez

Se cierra así el círculo abierto por su abuela, que, en cierta medida, permanecía incompleto en la historia personal de un nieto de gallega y asturiano que nunca había pisado nuestra tierra.  “Había ido a Canarias, porque mi abuelo por parte de madre es canario. Y ellos se establecieron allí después de su vida en Venezuela: se vinieron a Tenerife y yo visitaba Tenerife en verano”.

Pero nunca Galicia; esa Galicia con la que creció en la Hermandad gallega de Caracas, entre pulpo, vieiras y bailes tradicionales, y de la que ahora disfruta a cada instante. De sus paisajes, de sus campos, de su verde, de la mezcla perfecta del rural con “ciudades industrializadas”.  Y también, por qué no decirlo, de su seguridad, de poder salir por la noche sabiendo que el coche va a estar allí cuando vuelvas, de poder pararte en un semáforo sin miedo, de respirar sin precauciones.

Voluntad de quedarse

“Te planteas cosas, y tener una familia allí quizás no sea lo más inteligente”, resume Juan Carlos, que condensa los recuerdos de momentos “bastantes agrios” en los que prefiere no pararse. Una definición que muestra, en cierta medida, el grado de normalidad de lo anormal, el motivo que lo impulsa a dejar atrás su vida para emprender otra aquí, en Galicia, a donde ha venido también su novia, Ana Gabriela.

“Habíamos montado una distribuidora y trabajábamos con chocolate en la zona de Caracas. Pero, aunque trabajes, no hay futuro. Tienes dudas y te plantes si no estarás perdiendo el tiempo. No me quiero ir porque aquí están mis bases, mi familia, todo, pero parece que no va a cambiar. Es mejor adelantarte a los hechos y no estar esperando”, reconoce con crudeza este licenciado en radiología por la Universidad Central de Venezuela. 

Hoy Juan Carlos trabaja de administrativo en un negocio cerca del aeropuerto de Santiago, donde pone en práctica muchos de los conocimientos adquiridos. Lo hace con la voluntad de quedarse, de seguir disfrutando de esa Galicia de su abuela, que nada tiene que ver con el pasado y abre las puertas al futuro. Un futuro por escribir y que permite seguir tejiendo, de modo imperceptible, el inmenso relato de nuestra emigración.

Compartir