- El de Francisco Castro es otro más de los miles de relatos que construyen la diáspora gallega; un ir y venir con el Atlántico como telón de fondo y que, en este caso, termina en nuestra tierra con el apoyo del programa de retorno emprendedor que cada año promueve la Xunta
El relato de la diáspora es la historia de la Galicia de entonces y de ahora; de aquellos que marcharon y que marchan; de la añoranza propia de las imágenes en blanco y negro, casi gris, o de la morriña más moderna del color, de la tecnología, de las distancias. Un ir y venir de generaciones y de gente, tan vivo, tan actual, tan presente, que, sin ellos, Galicia nunca hubiese llegado a ser Galicia.
Lo sabe bien Francisco Castro Freijo, gallego que, como tantos, hizo las Américas antes de retornar a nuestra tierra, a Sanxenxo, donde ahora, instalado de vuelta en el taller de su padre, continúa sacando de cada piedra su secreto, un pedacito de alma que la transforma en algo único.
“Me fui por una oferta de trabajo que llegó desde allá”, relata este escultor gallego que aceptó una de las ofertas que la Escuela gallega de canteiros anunciaba buscando “gente dispuesta a ir para allá”. ¿Para dónde? Para América, para Washington, para el Capitolio.
Francisco participa en la restauración del edificio más significativo de Estados Unidos, ese que alberga las dos cámaras del Congreso, y que no hace tanto fue noticia, triste, por otros motivos. “Me parecía surrealista”, rememora Francisco al valorar el asalto al Capitolio de enero de 2021. “Estuve tres años y medio allí trabajando, y aunque coges confianza, todos los días tenías controles, te miraban con lupa, las herramientas que llevabas, todo. Era una fortaleza”, sentencia.
Pero esa es otra historia en un plano diferente del relato. El de Francisco, ya entonces, transcurría de vuelta a nuestra tierra para reencontrarse con la familia que había dejado atrás. “Cuando me hicieron la propuesta, mi mujer, Lucía, estaba embarazada”. Hablamos del año 2017 y Pedro, el pequeño de los Castro -su hermana Paula tiene 7 años- nació lejos de su padre. Un punto más de conexión con la diáspora, con la de antes y con la de hoy, que demanda siempre algún esfuerzo en la búsqueda de ese final feliz, que a veces surge, a veces no.
“Me fui solo para allí, con otra persona de aquí a la que no conocía”, prosigue Francisco, que vuelve por primera vez tras el parto del pequeño Pedro. “Estuve un mes”, y otra vez de vuelta sobre el azul inmenso del Atlántico. Allí le espera más trabajo, más arte, más pedacitos de alma en cada piedra, en cada talla. El Cementerio Nacional de Arlington o el museo botánico son algunos de los ejemplos.
Pero Francisco añora y la tierra tira. “Cada tres meses me venía casi un mes”. Hasta que el Covid lo cambia todo. “Durante la pandemia tuve que permanecer nueve meses allá sin poder viajar”. Una situación a la que suma la incertidumbre, la única certeza del hoy, del ahora y del aquí: “No sabías qué iba a pasar, daba un poco de miedo estar lejos de la familia en otro país en el que tampoco conoces el idioma”.
Porque Francisco se fue sin dominar el inglés y volvió sin dominar el inglés –“trabajamos de noche y no podía compaginar las clases con el trabajo”-, añorando Galicia a cada instante, en cada esquina, en cada comida gallega no gallega, como esos cocidos “con otros ingredientes, aunque de esencia gallega”.
Pero volvamos al Covid, al retorno a Galicia. “Vine en 2020, pero después de que me cancelaran cinco vuelos para venir a mi familia pensé que había llegado el momento de irme y no volver”, detalla Francisco con la seguridad que otorga hablar de algo ya vivido. El presente es siempre más incierto.
Un retorno para el que contó con el programa de apoyo al retorno emprendedor que cada año promueve la Xunta de Galicia con el objetivo de facilitar la vuelta a casa de aquellos que un día tuvieron que partir.
El vínculo, no obstante, permanece: “Tengo un trabajo ahora de mármol para el Capitolio: trozos de capiteles que una vez que los mande los ensamblan”. Francisco sigue así creando, uniendo dos puntos que parecen muy lejanos, pero que se tejen a través de una montaña de relatos construidos por gallegos de aquí y de allá. Buena gente que, al final, escoge nuestra tierra para vivir, para construir su relato personal y colectivo. El de una Galicia emigrante que retorna, porque extraña, porque aquí “se vive mejor”, con la familia y todo un futuro por delante.