- María Loira Gago se fue a Malta para aprender idiomas y descubrir cómo es la vida lejos de casa
- Siempre quiso tener su propia clínica dental: la experiencia y la añoranza la trajeron de vuelta a Pontevedra
Escondida a la sombra de Sicilia -esa isla italiana que se lleva la fama y el relato bajo el peso mafioso de ‘La Cosa Nostra’-, Malta es apenas un punto diminuto en cualquier plano. Un pedacito de tierra en tres espacios. Tres islas rodeadas por el Mar Mediterráneo, devoradas de azul turquesa en cada playa, y con infinitud de rincones por vivir. Su capital de nombre literario, La Valletta; la antigua ciudad fortificada de Birgu; o el Hipogeo de Hal Saflieni, una impresionante necrópolis subterránea que ya estaba allí antes de griegos y romanos.
Un lugar de vacaciones; pero también un lugar para vivir. Eso pensó, al menos, María José Loira Gago, gallega de Bueu, cuando en 2013 decidió emprender una aventura. “Me fui en primer lugar para mejorar el inglés, y para tener la experiencia de vivir en el extranjero”, expone, reforzando el argumento con el peso que te da tu propia historia: “Cuando sales de casa y vives en otro país, aprendes a vivir en desventaja y eso hace que te superes a ti mismo”.
María lo hizo, pero labrando el camino con sus manos, dibujando cada paso con la convicción de quien tiene claro el objetivo. Licenciada en Odontología, elaboró un listado de clínicas de Malta, a las que fue entregando su currículum durante unas vacaciones en Malta. Al cabo de unos meses retornó a Galicia a terminar el Máster Oficial en Ciencias Odontológicas entregando su TFM, lo que antes llamábamos tesina de pre-doctorado, antes de decidir dejarlo todo e irse a vivir allí. “De vuelta en Malta, me contrataron en una clínica nada más llegar y pronto empecé a colaborar en 2 más como especialista. Las semillitas que había ido plantando dieron fruto”, recuerda.
Entonces, con 27 años, comenzó un periplo profesional cargado de atractivo. Dentista en Malta. Un binomio evocador y “una experiencia muy enriquecedora”. No en vano, ese diminuto rincón del Mediterráneo, esconde miles de nacionalidades: europeos, estadounidenses, chinos, árabes, filipinos, brasileiros, africanos… “Te abre la mente y te permite alimentarte de otras culturas”, razona. “Además me convertí en la dentista de los españoles que vivían en Malta”.
En el trayecto, a su lado, como hoy, su chico, Carlos, instructor de buceo. “También era un buen destino para él”. Y tanto. Pero como siempre, llega un momento en el que el camino topa con una encrucijada. A un lado, Malta; al otro, Galicia. “Había ido ahorrando como la hormiguita, poco a poco, y siempre quise tener mi propia clínica. Tenía que elegir dónde montarla. O allí o en mi tierra”, apunta María.
Y la tierra, esa tierra, tira. Porque Galicia es muchas cosas que, arrasados por el marketing, resumimos en colores: es verde, es azul, es roja, es amarilla. Es el mar y la montaña, los montes y sus campos. Pero sobre todo, Galicia, como cualquier otro lugar, son sus gentes. “Los sitios los hacen las personas. Echábamos de menos a nuestros padres, a los amigos, el no poder estar allí en las fechas señaladas”, relata María.
Un cumpleaños, un aniversario, o incluso a veces, porque la muerte también es parte de la vida, eso, un adiós. “Falleció el abuelo de Carlos y no pudimos venir”, lamenta, cargada de morriña. De esa misma morriña que decantó la balanza hacia el origen: “El corazón escogió Galicia”. Y quién no.
Retorno emprendedor: volver para regalar sonrisas
Hoy María dirige su propia clínica en pleno corazón de Pontevedra: Dental Studio Dra Maria Loira. Un lugar que ya había escogido antes de vivirlo: “Lo vimos a través de Google Earth, y nos enamoramos del sitio. Nos hicimos con él antes de haberlo pisado”. Luego, una obra, un proyecto, seis meses de trabajo y papeleo. Y por fin, en junio de 2017, la apertura.
Entre tanto esfuerzo, alguna ayuda. Como la del programa de apoyo al retorno emprendedor, que cada año promueve la Xunta de Galicia. Se trata de una iniciativa que busca, precisamente, eso: traer de vuelta a casa el talento gallego esparcido por el mundo.
Una línea que ha facilitado la vuelta de casi 200 gallegos, que han montado aquí su propia iniciativa empresarial. Porque “los comienzos siempre son duros”. “El primer año empiezas de cero; de cero radical”, resume María, mientras relata uno de sus sueños: “Cambiar el mundo de la odontología; que la gente confíe en el dentista”.
Y para ello, un proyecto especialmente ilusionante: el diseño digital de sonrisas. “Tenemos un estudio fotográfico personal; escáner intraoral que hace capturas de la boca en tres dimensiones; todo digitalizado…”, describe María. Y lo hace consciente de que el resultado final resulta, tal vez, indescriptible: “Cuando a una persona le devuelves la sonrisa…”. Y se agotan las palabras, sabedora de que basta con los puntos suspensivos.
Para llegar aquí, María anduvo su propio camino. Malta le abrió las puertas del futuro. Y le permitió aprender mucho más cosas que un idioma. Allí maduró y continuó con sus estudios doctorales, investigando en el extranjero, para doctorarse luego ‘cum laude’ y con una mención internacional, y ser miembro, hoy, de la Academia de Ciencias y Salud Ramón y Cajal. Muchos hechos que, al final, conducen siempre a un mismo destino: Galicia. Porque el corazón tira.